Contradicciones del ser occidental (Reflexiones en tiempos de “pandemia”)
“Volver al K2 era algo que no entraba en mis planes, pues cuando lo ascendí en verano de 2018 lo pasé tan mal que me prometí no regresar jamás. Pero los deportistas somos así, y aquí estamos otra vez», rezaba el alpinista Sergi Mingote, poco antes de morir el pasado 16 de enero.
Al K2 le llaman la montaña salvaje, pero eso no detuvo sus grandes ansias de coronarla. Sabiendo perfectamente a lo que se exponía, el ya llamado “humanista” de las montañas, falleció del modo en el que solo fallecen los valientes. Y de este modo, sin saberlo, se convirtió en plena crisis humana y social, en un sabio profeta de la vida, de su sentido y de la cruda realidad.
Encomendado en cuerpo y alma a su sueño, dio una bofetada vital a toda la sociedad occidental, la cual de repente cree que cubriendo su cara con una roñosa mascarilla de papel, tirando a la basura días y más días de su finita existencia sin abrazarse de verdad, reprimiendo sus ganas de HACER, y lo peor, engañándose a si misma de que puede perfectamente vivir sin ello, su vida de repente gana en seguridad y humanidad.
Parece ser que hasta el momento nos creíamos inmortales. Comíamos alimentos nocivos, abusábamos sin límites de la tecnología, no nos preocupaba engordar o vivir de manera sedentaria, fumábamos y bebíamos, incluso tomábamos sustancias nocivas que modificaban nuestro estado neuronal. Psicofármacos, ansiolíticos, antidepresivos… Nos hinchábamos a cafeína para aguantar el estrés, que por cierto, también mata. Sin embargo, pocos parecíamos vivir con la psicosis de enfermar, porqué de lo contrario, la angustia de vivir pensando en la muerte nos habría matado antes.
Ahora, ilusos, creemos que tomando medidas que van en contra de la vida, que son antagónicas a la naturaleza de nuestro ser, podremos escapar de algún modo de la muerte… que privándonos de vivir, en toda su plenitud, sin horizonte y de manera ilimitada, estamos protegiendo al prójimo y actuando en pro de la seguridad humana y mundial. Curioso y soberbio ser, que se cree tan poderoso de escapar de todo ello…
Somos presos de una nueva era, en la que la sociedad occidental parece no haber entendido nada. Que la vida es finita, que no hay existencia sin riesgo. Que vida y muerte, cielo e infierno, creación y destrucción, son parte de un mismo todo. Que vivir de cualquier otro modo, escondiéndose temerosamente de la muerte, es contradictoriamente, empezar a morir.
De todo esto he aprendido que las sociedades contemporáneas estamos condenadas a convivir con el riesgo. Que el modo de vida que hemos construido, ridículo si lo miramos con perspectiva ahora, no era sino una realidad disfrazada de mentira y falsedad, escasamente preparada para afrontar cualquier tipo de vivencia que nos confrontara con la muerte de un modo palpable.
En esta batalla, el tercer mundo -donde más de 8.000 niños mueren al día por desnutrición- tristemente nos gana la partida. Allí han aprendido de sobras y forzosamente en qué consiste la vida. Ya lo dijo el sabio profeta, que observaba con asombro la existencia occidental: “por pensar ansiosamente en el futuro olvidan el presente. De modo que acaban por no vivir ni el presente ni el futuro”.
Cuestionarlo todo, mirar adentro y no limitarnos a seguir las inercias a las que nos está llevando todo esto, es la única salida que nos queda ahora para no vivir, irremediablemente, muertos en vida. Muchos dirán que el futuro es incierto, lo curioso es que ya lo era antes de esta crisis. Siempre lo ha sido. Cualquier otra creencia, era, es y será siempre, una maldita ilusión.