8 de marzo…

Diana Quer, Marta del Castillo o Laura Luelmo, la maestra violada y asesinada a manos de su vecino. La chica de la manada y su dignidad perdida ante todo un país envuelto en un debate absurdo. La mujer que ha servido como manjar a su propio hijo, descuartizada, reducida a trozos de carne guardados en un tuperware.

Y acercando un poco más el objetivo, todas y cada una de esas niñas de mi generación, que han sentido el aliento mugriento del machismo en sus carnes, camuflado entre valores y buena educación. Tratando de no maquillarse tanto, ni ponerse esa falda tan corta para contentar a su padre, viendo como su madre corría a cambiarse ese escote tan pronunciado antes de la cena de nochevieja, recogiendo la casa antes de las 9 para que hubiera buen ambiente cuando llegara papá.

Evitando cruzar por ese parque donde un grupo de chicos mayores la piropeaban cada tarde al llegar del colegio, violentándola, e incluso a menudo haciéndole sentir miedo y notando que ni la sociedad ni su propia casa le servían de consuelo ante tal repugnancia. Aprendiendo la palabra CULPA por primera vez y agarrándola con fuerza para siempre. Para todas esas adolescentes, que madrugaban un domingo tras su fiesta de graduación con el deber de hacer limpieza, cerrando sigilosamente la puerta de su hermano para no despertarle siguiendo las órdenes de su mamá. 

Educación que olía a machismo, valores que apestaban a desigualdad y que han creado a mujeres que en su inconsciente más profundo piensan que son menos que los hombres. Que tienen el deber de agradarles, de servirles, porque su objetivo más esencial es ser queridas y amadas por ellos. Que necesitan tener su aprobación para dar cualquier paso. Que sin un hombre que las mire, ya nadie las puede ver.

Valores machistas que se traducen en inseguridad. Que han dado lugar a mujeres que ahora se arreglan para ellos y no se sienten bien sin un hombre a su lado. Ideas que aplastan la valía de nuestro sexo, el que ha vivido durante siglos pisoteado por lo masculino, porque si algún día la mujer despierta, si algún día se levanta de este letargo, sabe que se producirá una guerra de dos iguales con la misma valía, fuerza y capacidad, y eso asusta, ¡y asusta mucho!.

Asusta perder el control, asusta ver como no son solo ellos los que tiene libertad para salir y entrar a sus anchas, para pasear por la calle sin miedo, a la hora que sea y vestidos como les de la gana. ¡Asusta! Por eso, algunos siguen menospreciando a sus mujeres, por eso algunos siguen mostrando así su poder, de esta forma tan penosa y ruin. Violándolas en grupo, descuartizando sus cuerpos, ignorando a sus parejas, tratándolas como objetos sexuales y al final, incluso, acabando con sus vidas.

Nos han educado para ser rivales, para sentir que debemos competir y ahora es momento de desmontar esa estrategia absurda. A los que el feminismo les asusta, es única y exclusivamente por miedo. Porqué creen que haremos con ellos lo mismo que han hecho con nosotras… quizás para darse cuenta, sería lo justo, porque unidas podemos de sobras. Pero nuestra estrategia puede ser mucho más sutil y elegante. Nuestra lucha radica en educar diferente, en educarlas a ellas como personas libres, fuertes, seguras de si mismas y capaces de todo. En empoderar a la mujer con su magia innata, esa que durante tanto tiempo ha permanecido pisoteada solo por miedo a que reluzca de verdad.

El futuro no es de la mujer. El mundo no es de la mujer. El mundo, el futuro, son de la mujer y del hombre, pero como seres iguales que se respetan y se valoran por lo que son y no tan solo movidos por estereotipos de género. Y todo, absolutamente todo, pasa por una palabra simple y poderosa a la vez: EDUCACIÓN. ¿Quien se apunta?

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