Desde que tenemos uso de razón, nos han vendido una idea concreta de lo que es la abundancia. Dinero, posesiones, consumo, éxito laboral.
Y no es verdad.
No es cierto que un ascenso, con su consecuente aumento salarial y estatus social, nos sitúe más cerca de la plenitud.
No es cierto que atándonos a préstamos y deudas, para poder disfrutar de un mejor coche, o una casa más grande, vayamos a ser más felices.
No es cierto que cuanto más tenemos, más SOMOS.
¿Y si fuera justo lo contrario?
Cohabitamos en un sistema de cifras y porcentajes. Somos simples números en un algoritmo de álgebra imposible y abstracta, que ni tan siquiera entendemos. Un sistema basado en esencia, en tres infinitivos singulares.
Producir
Generar
Consumir
Nuestra existencia consiste en dar siempre positivo en la ecuación.
Si produces por debajo de la cifra o te quedas en números rojos, no sirves.
Si no generas lo suficiente, estás obsoleto.
Si no puedes consumir, mueres.
No le sirves al sistema si no conjugas estos tres verbos a la perfección.
En subjuntivo, pasado simple, futuro impersonal y siempre de manera pluscuamperfecta.
Y de tanto hiperventilar para cumplir con los objetivos, de tanto correr para llegar donde otros te exigen, al final se te olvida qué quieres tú y qué le pides a tu existencia.
Esta crisis ha destapado todavía más el embolado.
Y hemos podido experimentar claramente, dos maneras de afrontarla.
Los que se han limitado a lamentarse y añorar a toda costa su antiguo sistema vital, o los que han despertado del letargo y han visto que se puede vivir con menos.
Me he dado cuenta de que mi prioridad entonces no ocupaba la primera posición en mi lista. Porque mi existencia era tan ruidosa y saturada, que ni tan solo era capaz de descifrar cual era mi prioridad. No tenia ni idea y eso es lo que me consumía. Lo que me hacía sentir perdida.
Ahora miro a mi alrededor. Tengo todo lo que necesito. Mi familia. Mi salud. Y lo necesario en mi cuenta para poder comprar comida nutritiva y llenar nuestra nevera. Y por encima de todo, me tengo a mi misma, sana, lúcida, sin todo el ruido mental que provoca el caos en el que nadamos y que nos han vendido como normalidad.
No tengo tiempo!, ¡Y es normal!
No me siento a comer, picoteo cualquier cosa. ¡Y es normal!
No llamo a mis padres, no contesto los mensajes de mis amigas, no presto atención a mis hijos… me tomo un ansiolítico para poder afrontar mi jornada laboral. ¡y es normal!
¿Te rechina?
Porque habitamos un sistema donde lo normal es desconectarse, cuanto más mejor, de nuestra verdadera esencia. Y por eso nos sentimos vacíos. Por eso notamos el hastío. Por eso tanta gente recurre a los químicos para dar sentido a este abismo vital. Para poder seguir haciendo funcionar este diabólico engranaje, que muchas veces ahoga y no deja respirar. No deja pensar.
Nos da miedo salir del círculo porque es lo que nos han enseñado. Nadie nos ha entrenado para huir de él y transgredir las normas.
Nos han hecho creer que solo teniendo, solo produciendo, solo generando, solo aceptando que la vida es sufrir, podremos SER.
Esta crisis ha llegado para quedarse. Nos ha golpeado fuerte para hacernos ver que sí se puede.
Se puede vivir con menos.
Se puede vivir conectando primero con lo esencial.
Se puede vivir priorizando lo que de verdad es importante. Se puede.
Saldremos de todo esto. Y los que sepan aprovechar esta gran oportunidad, despertarán a una nueva realidad. Un cambio de paradigma.
Aprenderemos que la verdad no es todo lo que nos quieren vender allá fuera. Y que necesitamos parar más veces, divisar el horizonte de nuestra vida y darnos cuenta de que la brújula para nuestro destino y felicidad reside en cada uno de nosotros.
Olvidar lo que nos han enseñado, lo que el sistema quiere y buscar dentro, es tarea de cada uno. Ojalá esta crisis fortuita sea la clave para descubrirlo.
Y para ti, ¿qué es lo verdaderamente esencial?