…porque al fin y al cabo, la vida es eso; un ir y venir de emociones, un aprendizaje constante, a ratos una carrera de obstáculos, a ratos un mar en calma, que siempre saca a flote su nota disonante.
Un suntuoso sendero a menudo oscuro, cuando la culpa nos juegan malas pasadas, cuando nos hace olvidar que todo humano se equivoca y nos sumerge en lo más oscuro de nuestro ser más puro.
La vida es el cegador, pero a la vez tan valioso aprendizaje que se esconde detrás de nuestros errores; camuflados siempre en nuestras heridas y temores…
Son infinitas relaciones que van y vienen y que nos enseñan a aceptar que todo aquí esta de paso, que el único modo de sobrevivir es, paradójicamente, aprendiendo a superar el apego, ese que nadie nos enseña a manejar, pero que se aferra con fuerza a nuestro ser y lo convierte en un imán para el sufrimiento.
La vida es un adhesivo para amarrarnos fuerte a personas, hechos y situaciones, que únicamente están ahí para enseñarnos algo nuevo, pero que en realidad no nos pertenecen.
La vida es eso, dicen; un torbellino de situaciones inesperadas, que afloran lo mejor y lo peor de nosotros; un día a día para aprender, para errar y caer; y levantarse, una y otra vez. Mil veces. Siempre.
Es entender la complejidad del ser humano, es aprender a amar profundamente a nuestro ser, a pesar de todo. Por encima de todo. Es aceptar que somos imperfectos, e incluso así, creer en nosotros mismos sin condiciones, sin exigencias, sin temores.
Así es la vida. Una, única. Un camino hacia uno mismo, un paseo hacia el conocimiento máximo, el más simple y a la vez el más complejo.
Un entramado de experiencias que nos va dando forma hasta convertirnos en humanos perfectos o imperfectos, ¿que más da?. Solo es eso. Porqué la vida es, paradójicamente, aprender a VIVIR.