al niño que todos llevamos dentro…

Y un día nacemos; y salimos de la ingravidez y de la seguridad máxima e infinita.

Y de repente, descubrimos lo que es tener frío y calor, lo que es encontrarnos solos ante un mundo extraño e incierto, lleno de peligros.

Y es entonces cuando nuestro inconsciente desearía volver a aquella época perfecta, en la que no existía el dolor, donde nada ni nadie podía hacernos caer, porque nuestro techo máximo estaba allí, meciéndonos. Protegiéndonos.

Y para suplirlo, buscamos la seguridad de nuevo en este mundo hostil, donde encontrarla es y será siempre una utopía.

Porque precisamente, la gran lección de la vida es aprender a vivir rodeados de tanta incertidumbre.

Es aceptar que el único instante al que podemos aferrarnos, es este preciso momento.

Es tolerar que nada ni nadie será siempre como quisiéramos que fuera.

Es asumir que no sabemos lo que pasará mañana, ni pasado mañana, ni el otro…

Por eso a ti, pequeña mía, quiero darte fuerte la mano, para que sepas que seré tu techo cuando te haga falta. Para que tengas siempre un abrazo cálido que te comprenda y te calme cuando nadie más lo haga.

Para que refugiándote en mí, encuentres la paz, calma y serenidad que necesites.

Y sólo por unos instantes, puedas volver a aquel lugar, donde la seguridad era máxima e infinita; donde no existía ni el frío ni el calor. Donde nada era incierto…

“para el niño que todos llevamos dentro”

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