Palabras…

Somos las palabras que almacenamos. Ellas nos construyen, se aferran a nuestro subconsciente, y una a una, conforman nuestro ser; con frases mal dichas o bien dichas, con expresiones que nos engrandecen o que nos hacen más pequeños; con un majestuoso y sobrenatural poder que la vida deja al azar, según el interlocutor que en cada momento nos haya querido asignar.

Las palabras son poderosas, si. Pueden ser magia o pueden ser veneno. Puden sonar a poesía o pueden evocar un profundo e intenso dolor. Pueden sugerir canciones dulces empolvadas de primavera, o pueden resonar como voces de ultratuba en el más allá. 

Las palabras mal empleadas, aunque puedan parecer inofensivas, tiene el enorme y colosal don de la inmortalidad. Una vez emitidas, interpretadas y asimiladas, el cerebro las procesa, atraviesan cada una de nuestos conductos, para terminar convirtiendose en polvo que arraiga hasta la mas profundo. 

Duele un “tu no puedes”, duele un “te quedaras sola”, duele un “cállate”, un “me agobias”, un “tu ya la cagaste una vez”, un, “tu ya perdiste tu oportunidad”. 

Duelen los despechos; un, “a ti ya no te toca”, un “vas a hacer el ridículo”, un “Él si, tu no”. 

Y duelen más asi, todas juntas. Porque se acumulan, las muy cabronas. Se aglutinan y hacen piña en tu cerebro, se acurrucan en el córtex, y permanecen ahi, latentes, esperando el momento oportuno para lanzar su baile mortal. 

En tus horas bajas, ellas emergen y te recuerdan que algun dia existieron, que su dolor fue momentaneo pero que sigue intactas, para hacerte un poquito mas pequeño. 

Medir las palabras con los que más queremos es el acto de amor mas profundo que existe. La sinceridad mal empleada, destruye, y en nada se parece al amor. Porque querer, no es más que ofrecer las palabras adecuadas, las que construyan y no destruyan. Las que aporten y no resten. Las que después de ser emitidas, interpretadas y procesadas, bailen alegremente en el cerebro, y juntas compongan simfonias alegres, de autoestima, serenidad y paz. 

Son solo palabras, decían. Y que equivocados estaban… 

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